Generalmente estoy de acuerdo con las tesis del filósofo surcoreano Byung-Chul Han y, una vez más, también lo estoy con los argumentos presentado en su último ensayo: La sociedad paliativa (Herder, 2021).
Para el profesor Han, hoy en día, impera la "algofobia" o fobia al dolor. En efecto, esa es su tesis principal, que presenta varias implicaciones, las cuales se van desarrollando en este breve (pero muy interesante) ensayo.
El diagnóstico social de Han no sitúa en un contexto histórico que se caracteriza (entre otros aspectos) por una anestesia permanente como fármaco ante toda presencia de dolor. Se trata de huir el dolor a toda costa. Evidentemente, este hecho también se presenta otras acciones humanas como el amor, la política, la psicología, entre otros. Vivimos en una sociedad de la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad (pág. 12). Han entrelaza su tesis principal con tesis ya aparecidas en otros ensayos como La sociedad del cansancio o Psicopolítica. En efecto, la psicología cambia de paradigma: la psicología negativa como "psicología del sufrimiento" se convierte en psicología positiva, que se ocupa del bienestar, de la felicidad y del optimismo. Dicha psicología positiva se somete, por supuesto, a la lógica del rendimiento: Se entrena la resiliencia para constituir al ser humano capaz de rendir, insensible al dolor y continuamente feliz (pág. 13). El dolor es interpretado como un síntoma de debilidad y, por tanto, es algo a ocultar. Todo se alisa y pule hasta que resulte agradable (pág. 14). Todo ello debe poder ser compartido y mostrado en las redes sociales, eliminando todo signo de dolor y sufrimiento.
En efecto, para Han, este dispositivo neoliberal de felicidad distrae, haciendo que cada uno se ocupe solo de sí mismo, sin cuestionarse críticamente el verdadero problema: las injusticias sociales. El sufrimiento se privatiza y, en vez de mejorar la situación social, los entrenadores motivacionales se encargan de mejorar los estados de ánimo.
La promesa de un estatus de bienestar permanente se crea a base de medicamentos, los medios sociales o, incluso, los videojuegos. Todos ellos actúan como analgésicos, los cuales ocultan las situaciones sociales, verdaderos causantes del dolor. La digitalización es una anestesia (pág. 52). La permanente anestesia social impide el conocimiento y la reflexión (pág. 25).
La búsqueda incansable de la felicidad y la situación actual de pandemia mundial aísla a los individuos y los hace más insolidarios. Nos refugiamos en nosotros mismos hasta tal punto que, cuando no se alcanza la felicidad, no se culpa a los desajustes sociales, sino que nos responsabilizamos a nosotros mismos. Se absolutiza la supervivencia (pág. 29), se emplean todas las energías en prolongar la vida. El nuevo campo de concentración es nuestra propia casa y su campo de trabajo: el teletrabajo. Si no se alcanzan nuestras metas se llega a la depresión.
Todo está medido y calculado en la política neoliberal. El otro se convierte en un potencial portador del virus, por tanto en un enemigo, ya que puede causarme dolor. El otro, por tanto, debe ser apartado. Nos volvemos insensibles ante el dolor del otro. El otro es cosificado y reducido a objeto. Así, por tanto, el otro como objeto no duele (pág. 79).
Al igual que Nietzsche, Han admite que el dolor y el sufrimiento son precisamente los elementos que afirman la vida. El dolor es vida. Sin dolor no es posible aquel conocimiento que rompe radicalmente lo que había hasta ahora (pág. 62). Toda experiencia requiere de un sufrir. El cambio requiere de un sufrir. Solo así se alcanza un auténtico conocimiento. En definitiva, una vida indolora en una felicidad permanente habrá dejado de ser una vida humana (pág. 90).
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