En este libro, el filósofo y profesor estadounidense Michel J. Sandel, se ocupa de la meritocracia. Se trata de uno de los muchos mitos del neoliberalismo.
El autor reflexiona acerca de este mito en su obra titulada La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (Debate, 2020). Sandel considera un error afirmar que el sistema meritocrático se fundamenta en que cada uno tiene lo que se merece en función del talento y el esfuerzo. Sandel señala como ejemplo de meritocracia a sus alumnos de Harvard, los cuales han pasado un proceso competitivo arduo para ocupar una de las plazas en una de las universidades más prestigiosas del mundo. En este ámbito de hipercompetitividad, es difícil pensar que deban nada a nadie y que su esfuerzo, así como su talento, son los artífices de ese premio (p. 82).
Y no solo eso, el mito de la meritocracia también abarca a la élite política, ya que "los mejores y los más brillantes son preferibles como gobernantes a sus conciudadanos con menores credenciales educativas" (p. 130). Sin embargo, ¿qué sucede con el resto de personas que no tienen una titulación universitaria? ¿son simplemente perdedores y fracasados?
En la conclusión de su libro, Sandel pone en duda que la meritocracia funcione cuando un jugador de béisbol de origen afroamericano se convierta en una superestrella deportiva, ya que da la sensación que esa es la única vía de esperanza para triunfar en la vida para los más humildes (p. 287). ¿Qué pasa con aquellos que heredan una fortuna de sus padres? ¿Son merecedores de dicho legado? Lo que sí hacen, según el análisis de autor, es mirar por encima del hombro a todo ese grupo de "perdedores" y "fracasados" que no tienen una titulación universitaria, dado que dicha élite considera que que el triunfo se sustenta en el dinero que cada uno gana.
Sandel no está de acuerdo con el lema "si tú quieres, tú puedes", que justifica que todo se ha conseguido en base a esfuerzo y trabajo, y que habilita a una élite económica y política para justificar su riqueza. EEUU es un buen ejemplo para el autor, con presidentes como Clinton o Obama, y con un Congreso compuesto por político con títulos universitarios; sin embargo, no todo es tan sencillo. La competencia por conseguir un título universitario es tal que los padres se afanan, si fuera necesario, en hacer sobornos para acceder a la universidad.
Para Sandel, es cierto que la meritocracia, en algún caso, permite a una persona humilde alcanzar el éxito y, por tanto, a la igualdad de oportunidades; pero "ni siquiera una meritocracia materializada al cien por cien fuera una sociedad justa" (p. 159). "La esencia del ideal meritocrático no es la igualdad, sino la movilidad" (p. 159), esto es, que alguien puede triunfar en esta sociedad credencialista. Sin embargo, para el autor, "el ideal meritocrático no es un remedio contra la desigualdad; es, más bien, una justificación de esta" (p. 159).
Finalmente, Sandel concluye que "la convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible" (p. 292). Sandel insta a los "ganadores" a ser humildes y admitir que su situación es fruto de que la sociedad premia sus talentos particulares en una circunstancia particular, que perfectamente podría ser diferente en otra época. Dicha humildad es el punto de partida para mirar por el bien común "con menos rencores y más generosidad" (p. 292).