jueves, 14 de noviembre de 2024

El dilema del prisionero

El dilema del prisionero clásico parte del siguiente supuesto: la policía detiene a dos sospechosos, pero no hay pruebas suficientes para condenarlos. Se les aísla y se les interroga por separado ofreciéndoles un trato si delatan al compañero. Se abren cuatro alternativas que explican el ‘dilema’ del prisionero:

  1. Ninguno de los dos confiesa ni delata al compañero. Son condenados a un año cada uno. 

  1. Los dos prisioneros delatan al compañero. Ambos son condenados a cinco años. 

  1. El prisionero A delata al prisionero B. El prisionero A queda en libertad y el prisionero B, que no ha delatado al compañero, es condenado a 20 años. 

  1. A la inversa. El prisionero B queda el libertad tras delatar al prisionero A que no ha delatado a su compañero cumpliendo la pena más dura de 20 años.  


El dilema del prisionero gira en torno a una idea: ninguno de los dos prisioneros sabe qué decisión va a tomar el compañero.

Da igual que se hayan puesto de acuerdo previamente, la duda siempre planeará sobre la conciencia de los detenidos. ¿Y si la presión le puede? ¿Y si le ofrecen un acuerdo y me traiciona? 

Por otro lado, si los dos detenidos basan su decisión en reducir su presencia en la cárcel, se la pueden jugar, traicionando al compañero y confiando en que este mantenga al acuerdo de mantenerse en silencio. En este caso, el delator conseguiría el mejor resultado: salir de cárcel. 

Pero, ¿y si el prisionero se la juega y el compañero también? Al final los dos salen perdiendo, pero al menos no obtienen la condena completa de veinte años. Es la estrategia dominante en esta clase de decisiones conflictivas que combinan la lógica con la apuesta.  

Por otro lado, la opción más segura para ambos, la que se razona desde el interés óptimo del grupo es no delatar al compañero.

¿Y tú qué harías?


Consecuencias del dilema social:

Para concluir, propongo una serie de recomendaciones para enfrentarnos a un dilema social ante el que no sabemos cómo actuar:

  • Seamos empáticos y centrémonos no sólo en nuestro beneficio sino también en el de los demás.

  • La cooperación mejora la reputación dentro de nuestro grupo y, además, puede ayudar a forjar lazos de afecto. Pensemos que tener buenas relaciones sociales repercute en nuestro sentimiento de bienestar personal.

  • Comunicarnos. A veces, es recomendable intentar llegar a un acuerdo con las demás personas implicadas. La evolución nos ha “regalado” la facultad del lenguaje, hagamos uso de ella.